jueves, marzo 11, 2010

MIQUEL BARCELÓ

Foto: Felipeángel (c)

La retrospectiva de Miquel Barceló en el Caixaforum madrileño no añade mucho más a lo ya visto en otras exposiciones del autor. Hay nuevas propuestas, siempre interesantes, y obras ya conocidas, de un valor artístico incuestionable.
Creo, por lo tanto, que aún es actual el artículo que escribí hace unos años después de haber disfrutado con la amplia muestra que de su obra exhibió el MCBA de Barcelona.

BARCELÓ

"Tiene la Plaça Dels Angels de Barcelona el mismo colorido multiétnico que se observa en otros puntos de Ciutat Bella y El Raval: gentes de otros lugares con historias que se entrecruzan y pasados que convergen; ademanes y conversaciones que huelen a cus-cús, a derrota y a butifarra, y un mosaico de niños disputándose un balón con la vehemencia de los suicidas. Allí la pátina del tiempo adopta el color gastado de los edificios antiguos; cubre, recome y se adocena en las piedras y en los sillares de las viejas iglesias, y su imagen, o su desmayo, es una sombra dúctil y quebrada en el cielo de cristal del Museu D´art Contemporani - el MACBA-, esa caja fuerte con paredes suprematistas y guardias de las vanguardias al acecho en la retaguardia que custodian, desde el 3 de abril hasta el 21 de junio, casi 200 obras, algunas inéditas, del artista balear Miquel Barceló.
Barceló se dio a conocer a los diecisiete años de edad con una exposición individual, pero fue su inclusión en varias exposiciones colectivas, dentro y fuera de nuestro país, lo que le catapultó al éxito; sobre todo, la organizada por la reputada comisaria María Corral para la Caja de Pensiones de Madrid con el título de "Otras Figuraciones", y la Documenta 7 de Kassel, al principio y a mediados de 1982, respectivamente.
Esta exposición restrospectiva reúne una amplia muestra de trabajos realizados en el decenio 1987-1997. Consta de cuadros, la mayoría de gran formato, esculturas, dibujos y cerámicas que el artista pintó, esculpió, dibujó y fabricó durante su estancia en El Sahel y en Mali, aunque también pueden verse obras de etapas anteriores pertenecientes a las series inspiradas en las bibliotecas y el Museo del Louvre, donde dominan los tonos oscuros y una agobiante recreación de la angustia y la soledad que recuerdan a Munch.
Se exponen igualmente lienzos pintados en su etapa de Nueva York, telas casi blancas que parecen paisajes desérticos o lunares, ligeramente abstractos y vacíos, donde la vida no existe pero que, en el estricto orden cronológico, suponen un tránsito hacia una etapa nueva, hacia el encuentro con culturas diferentes originadas en el desierto real.
Este primer viaje a África devuelve a Barceló su mirada neofigurativa y recrea lo que ve con una técnica marcadamente expresionista; para ello se vale de todo tipo de recursos y materiales.
Tanto en "Pluja contrarrent I y II " como en "Kulu Be Ba Kan", en las "Sopas" como en otros muchos cuadros utiliza, aparte de la pintura que, a veces, se espesa y se adueña de los límites, otros elementos al alcance de su mano como palos, ramas, hojas, colillas, pigmentos que encuentra ocasionalmente o los sedimentos orgánicos de los ríos.
Para Barceló, no se pinta con ideas y el cuadro se va formando más allá; lo humaniza o lo naturaliza con el polvo del desierto, la pisada del nómada, las heces del camino o las aguas del Niger, y el resultado final, lo que el artista recrea y ofrece, y vemos nosotros después, es la conjunción de todos y cada uno de los múltiples factores pictóricos y extrapictóricos que se han ido adueñando en el proceso creativo de su superficie.
No estamos, por lo tanto, ante un pintor de caballete; no son esas sus influencias en el método utilizado para crear su obra, aunque beba de la tradición; su actitud ante el lienzo es más propia de un soldado dispuesto a dejarse la vida en el campo de batalla que la de un doncel cortejando a una damisela que se abanica con un ventalle de colores.
En Barceló la tela, el papel y la materia orgánica se quejan y se expresan, hablan y nos confunden; quiere sacar todas sus pulsaciones y todos los ritmos, toda la capacidad gestual y todas las sombras escondidas.
Del mismo modo que lo intentó Manuel Millares, fuerza una guerra permanente entre el lienzo y la pintura pero no abre, no desea abrir, el tragaluz de un nuevo informalismo rasgando la arpillera y atándola-ahogándola con la cuerda de pita o el hilo de bramante, sino que moldea su superficie sin herirla y busca, sobre todo, que su rugosidad y su aspereza alcance las imperfecciones y el relieve de la gruta donde el hombre primitivo vivió y pintó por primera vez.
Este primitivismo elocuente que se observa en algunos cuadros de Miquel Barceló es como un eco remoto que el artista recoge durante su estancia en África pero la señal pudo recibirla en cualquier parte y, lo que resulta aún más asombroso de todo el proceso, la lectura última que se colige, desde que inicia la concepción de la obra hasta que la desarrolla y termina colgada en el soberbio salón, con alarmas antirrobo, de cualquier potentado del mundo, es que Barceló no sólo crea un objeto artístico sin igual sino que devuelve a los hogares su condición de caverna, de cueva, de prehistórico habitáculo, convirtiéndose el mismo en el gran artista neolítico de nuestro tiempo porque no busca la innovación en las formas ni sólo la experimentación con los materiales, orgánicos o pictóricos, sino que, valiéndose de ellos, recrea el ambiente de las grutas de nuestros antepasados, pinta lo que come y el animal que caza, sus utensilios, su sexo y su soledad, y termina colgándolo en la habitación-cueva, el comedor-caverna del homo sapiens moderno, con su olor a bosta y a puchero, a humo y a matarife.
Miquel Barceló sabe éso y a mi me parece que le da igual si el cuadro se degenera prematuramente con el paso y el peso del tiempo, o si el barco que pintó y calafateó con ramas y con hojas se hunde en el abismo de la materia, naufraga en el ancho mar que el artista le metió dentro, después de pintarlo, o, en fin, si termina deshaciéndose como un terrón de azúcar en un café con leche o pudriéndose roído por el salitre.
Barceló subyuga porque provoca; cautiva porque prescinde de lo superfluo y añade cosas nuevas a la composición tradicional. Cuando la paleta de Barceló se ancla en lo blanco, el pintor se da cuenta de que necesita huir de la ciudad e irse al desierto, que es como su pintura de entonces, que expresa el mismo vacío y, a la vez, la misma impotencia del artista ante la inabarcable inmensidad del paisaje, pero se lleva consigo el peso de la tradición, a la que no renuncia y con la que no rompe, se nutre del deslumbramiento que para sus ojos supuso, en un momento de su vida, la contemplación del Museo del Prado, y así, cuando pinta "Somalia 92", "El baile de la carne", el "Retrato de Cecile embarazada", "Los bailes de los colgados", o tantos otros retratos, bodegones y naturalezas muertas, lo hace con la mirada del artista auténtico que es pero también nos devuelve con nota el poso de su aprendizaje, la madre virgen que se sedimentó en el fondo de la botella de su creatividad, y es allí donde encontramos a Goya y a Solana, a Tápies, a Picasso o a Jackson Pollock; en definitiva, a Barceló y sus influencias.
La exposición es todo esto que vengo diciendo pero también mucho más porque Miquel Barceló, a través de sus cuadros, de sus increíbles rotos y abultados dibujos, de sus esculturas negras nos habla, a su vez, de su evolución como artista; nos cuenta sus obsesiones y nos indica sus límites y, al final del proceso contemplativo, tenemos la sensación de que hemos acabado formando parte de su pintura, somos el añadido que le falta o espera su imaginación, la pincelada que reclama el lienzo, la piel o el olor de la piel que necesita la materia, y el ojo o la luz del ojo que buscaba la imagen para devorarnos definitivamente."

Felipeángel (c)- "Vicálvaro Informativo"- Septiembre- 1999.


Foto: Felipeángel (c)

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